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A costa de no poco esfuerzo, ha sabido convertirse en una actriz más alabada por su talento que por su boca sensual, su mirada de leña seca o por ese cuerpo aún indeciso entre la niña que fue y la mujer que es. Por eso, no deja de sorprender que, hasta hace pocos años, el destino de esta hija de actores -la única mujer entre tres hermanos- siguiera siendo impredecible.

Pensó en la arqueología, o las ciencias de la comunicación, pero no pudo entenderse con las matemáticas en la PAA. Fantaseaba con que la segunda oportunidad se le daría más venturosa, pero los resultados de aquel segundo intento no fueron mejores y Tamara, desalentada por los escasos puntos obtenidos, buscó distracción para sus pesares en la Academia de Teatro de Fernando González.

Entró pensando que eso no era lo suyo -ella quería «algo más intelectual»-, sin imaginar que su vocación efectivamente estaba sobre el escenario. Su maestro, el director Rodrigo Pérez, advirtió las cualidades histriónicas de su alumna y le ofreció roles en Madame de Sade y El mal sueño. Así encauzada, Tamara no iba a demorar en definirse profesionalmente: un buen día, decidió que nunca iba a representar personajes de teatro «fácil» o «divertido».

Le parecía suficiente, acaso ya demasiado, con las concesiones artísticas hechas en su trabajo para la televisión -las teleseries Champaña y Top secret, en canal 13, y Estúpido Cupido, Sucupira y Loca piel en TVN-, donde ha conseguido relevantes papeles secundarios y suculentas mensualidades que le permitieron emigrar de San Bernardo y aprender a vivir sola, pagando sus propias cuentas.

«En la vida hay que ser tajante, porque es la única manera de ser correcto», ha dicho en alguna entrevista, agregando que no quiere caer «en el juego de las estrellitas de televisión» y repetir el paradigma de «entrar en la tele, comprarte un auto y ser guau».

Tampoco piensa casarse con su novio arquitecto, aunque ya viva con él. «Me quiero mantener al margen de esa generación exitista, que a los veinticinco años ya tienen auto y casa y todo lo demás -ha pregonado a los cuatro vientos-. Es como mi última rebelión: no ser como todo el mundo. Yo quiero seguir siendo piola, peatona».

Pero Tamara ya no pasa inadvertida por las calles ni en la micro. Quien la ve por primera vez, quien no la reconoce a primera vista como la figura de televisión, experimenta la tibieza de ese halo entre ingenuo y coqueto que se vaporiza bajo su ropa, o que se le escapa al sonreír en un arrebato de ternura, o que aparece con el ceño fruncido de concentración mientras repasa los diálogos de su recién estrenado personaje en La visita, el drama escrito y dirigido por Claudia di Girolamo que actualmente se presenta en la sala La Comedia.

Como apreciarán los espectadores, Tamara no es puro encanto ligero, sino también una mujer muy tensa. «Soy nerviosa, me deprimo y sufro mucho», corrobora ella, con su característica e histriónica intensidad.

*Crónica escrita en la Revista Caras en el año 1997


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Por Admin

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